miércoles, 8 de mayo de 2013

Sr. Empanada!


Y a empezaron mis entrevistas! Los nervios me carcomen. En cuanto lo vea atravesar la puerta, creo que me cago encima. Perdón la forma de decirlo, pero es así. Hoy, me toca entrevistar a un personaje único.
Por la puerta, ingresa un hombre bastante robusto, con aire de ganador. No hago otra que asumir que es mi entrevistado, el “Sr. Empanada”, el de la peatonal. Aquel que de Lunes a Sábados a la mañana, vestido de empanada, nos entrega esos folletos de la casa de comidas: “Sr. Empanada e hijas”.
Efectivamente es él, no me fue difícil deducirlo. La forma de ir con las piernas abiertas para dejar pasar la parte inferior del disfraz de empanada entre medio de sus rodillas. La altura, tal como la empanada gigante que veo todos los Sábados. La manera de ver a los demás como ofreciéndoles algo, su sonrisa compradora, sus brazos quemados por el sol de repartir aquellos panfletos. Además, el disfraz que trae puesto y los folletos en la mano, fueron de gran ayuda.
Entra, saluda a todos y se sienta delante mío.
-Perdón el retraso -dice medio avergonzado -ya estoy de 1 mes… -termina bromeando.
No hago más que reírme de los nervios…
-¿Cómo es tu nombre?.
-Ricardo, pero todos me dicen señor, o don, empanada. Cuestión de respeto, ¿sabés?.
Prefiero no preguntar a qué se refiere, y cambio el tema de conversación.
-¿En qué viniste? -una pregunta que seguramente cualquier lector se estará preguntando.
-En colectivo, junto con la masa.
En el momento de decir “con la masa”, me hace un gesto con su pulgar e índice, moviéndolos repetidamente hacia atrás y adelante, formando un círculo imaginario, indicando un doble sentido en su frase.
Nuevamente río, volviendo en sus palabras para entender el chiste.
-¡Qué papafrita! -digo entre risas.
-No, no. Fritas no. Hervidas. Aceitunas, ají y morrón,empanada porteña que le llaman.
Lentamente voy notando como sobrelleva el ser el “Sr. Empanada”.
-Digamos que sos como un super héroe, ¿no?.
-Si, arrojo aceitunas y pasas de uva a mis enemigos, el “Sr. Fatay” y la “Srita. Pizza Hot”.
-No, no en ese sentido. Pero digo que en la calle sos alguien, y en casa serás otro.
-Es dura la vida de la empanada. Me rompo el repulgue por las empanaditas, mis hijos.
-Te noto emocionado.
-Si, es la cebolla.
-¿De verdad?.
-No, de verdeo.
-Tenés varios trajes de empanada, me imagino.
-Si, uno de carne y otro de pollo.
-¿Y cómo se diferencian?.
-En el relleno, ¿no es obvio?.
-Pero tus trajes…
-En el repulgue… Y en un cartel inmenso que dice “Pollo” o “Carne”, según sea la ocasión.
En este instante, Ricardo levanta la mano llamando al mozo.
-¿La empanada desea? -acota muy cómico el mozo.
-Tres cortados, uno para el señor y dos para mi. Además traeme dos vasos de agua, y un jugo de naranja.
Mi pregunta es obvia y viene como un alud.
-¿Cómo hacés para ir al baño?.
-Pidiendo permiso en el restaurant más cercano.
-Claro, ¿pero no se te complica?.
-No. Son buena gente.
-Pero… Para hacer tus necesidades… ¿Cómo hacés?.
-Ah, ¿para el acto mismo de evacuacion?.
Afirmo con la cabeza.
-Si me puse el traje de empanada de carne, tengo un repulgue con cierre por delante, así que es fácil…
-¿Y si tenés el de empanada de pollo?.
-¿Viste lo jugosas que son?.
Nuevamente sus dedos me indican el doble sentido.
El mozo llega con nuestros cafés.
-¿No desean ordenar nada para comer?.
-Si -dice rápidamente Ricardo -traeme relleno para empanada y dos bizcochos para el señor.
Sus dedos ya no paran de indicar el doble sentido.
Al retirarse el mozo, continúo. Ácido, inquisidor, áspero en mis preguntas.
-¿Qué música escuchás? -realmente, no sé qué carajos preguntarle a una empanada.
-Cualquier disco de empanada.
-Tenés un humor muy particular…
-Deberías oírlo al hombre nokia.
-Terminará todo con un "tararararan  tarararararan tarararan" -dije tarareando el ringtone de nokia y moviendo mis dedos, aunque mis movimientos de doble sentido no me salían tan bien como a él. Quizás es la falta de práctica.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. Un puchero prominente comenzaba a asomar. Mordiéndose los labios, pude ver su pera vibrar, cual Nokia, conteniendo un llanto explosivo.
Atiné a tomarle un hombro mientras le decía -Fuerza, macho.
Se resfrego los ojos.
-Que esto no salga de acá -me dijo débil, sollozo.
-Está bien -le contesté, apagando mi grabador.
-Ese era mi laburo. Ese era mi futuro.
-¿Cuál?.
-El hombre Nokia. Yo nací para ser el hombre Nokia, no tengo pasta para empanada.
Sus dedos esta vez no denotaron ningún doble sentido.
-¿Fuiste a pedir trabajo ahí?.
-Si. Me pagué el disfraz de Nokia y todo. Ensayé día y noche el “Tarararan”. Me salía perfecto. En el subte lo practicaba en voz baja y podía ver a la gente verificar si eran sus celulares los que sonaban.
-No entiendo… ¿Y qué pasó?.
-Entré a la audición, y antes que ellos digan nada les dije: -¡Hello Moto!.
Traté de contenerme. Pensé en un perro atropellado por un colectivo, a una ex-profesora anunciando un final para mañana, un empate a 0 entre Ferro y Belgrano un domingo a las 11. Nada hizo que contenga mi carcajada que retumbaba en las paredes del bar. Creo que se me escapó un bizcocho de la boca, no lo recuerdo bien.
El Sr. Empanada se levantó, me miró y me lo dijo todo. Una mirada de una empanada es algo muy expresivo.
Aún recuerdo ver la empanada gigante alejándose, saliendo por la puerta.
En el bar, todos me miraban. Nadie entendía nada.
Los miré, miré mi café casi vacío.
-Pfff… -suspiré sonriendo- Hello moto -terminé diciendo entre pequeñas risas.