miércoles, 1 de mayo de 2013

Hace friiiiioo...

A la hora señalada el despertador y el celular coreaban distintos timbres. Por un lado, Enseñame a amar de Leeland, y por el otro, el bip clásico de cualquier aparato para sacar gente de lo más hondo de la cama. Ambas melodías sonaban a la par, casi como una canción diabólica mal entonada, malhumorando a cuanto cristiano lo oiga.
Decidido, y después de media hora de griterío tecnológico al lado de mi oído, opté por salir a enfrentar el mundo. Primero puse un pie sobre el piso -sin mover el resto del cuerpo de su posición original- y no tardé más de dos segundos en darme cuenta que fuera de las frazadas hacía frío suficiente como para salir a patear diarieros. Despues, levanté el traste, la panza, los hombros y por último, la otra patita.
La puteada más chica no se hizo esperar, y para cuando me quise dar cuenta del sueño que me acompañaba, del frío de morirse y de las ganas de llamar para reportarme enfermo, ya estaba desnudo frente al espejo del baño a punto de meterme en la ducha.
Abrir las canillas de a una fue un suplicio, la bajísima temperatura de las mismas, impactando contra la palma de mis manos hicieron que la primer acción del día me cambiara el humor por completo. Una vez dentro del húmedo cúbil de la muerte, supuse las cosas serían diferentes, hasta que...
-ahiiiii noooo!, el calefón debe estar apagado...
Para quienes no conozcan mi hogar, el calefón se encuentra en el lavaderito de afuera. Llegar a accionarlo implicaba sercame como podía, atravesar el living, ir por los fósforos, volver al living, salir afuera y hacer el acto de encendimiento a la intemperie.
Una vez afuera, el viento en contra había convertido el toallón que me cubría las partes íntimas en una suerte de capa, donde el Batman inside estaba escondido por las bajas temperaturas y dificultaba, si la ocación lo ameritase, poder encontrarlo.
Prender el calefón tampoco fue tarea fácil, sobretodo para alguien como yo que tarda 23 minutos de reloj en cambiar una bombita de luz y desconoce por completo las virtudes de saber para qué sirven las cosas de dentro de una caja de herramientas. Así que después de prender varias varitas logré dar con la que resistió a la tempestad, apreté fuerte fuerte el botón de la izquierda y solo restaba contar. Faltaban cuarenta segundos, en los que no paré de sufrir, para asegurarme que nada detuviera la marcha de la pequeña llamita recién nacida y cuando vi que sobrevivía, apreté el botón cuatro para que el agua se sintiera más caliente y emprendí el camino de regreso.
Volví como pude, en el trayecto de vuelta creo que me llevé puesta a la gatita y seguramente me choqué una silla devolviendo los fósforos a su lugar de origen. Una estupidez tras otra, como suele ser mi vida cotidiana.
En conclusión, les recomiendo que con las bajas temperaturas que cachetean las mañanas del Conurbano, antes de emprender tal acto heróico como bañarse antes de ir a laburar, chequeen que todos los objetos que componen tremendo esfuerzo estén felizmente en funcionamiento. Sino, pagarán las consecuencias de que su Batman sea un sencillo y simple Bruno Díaz.