miércoles, 1 de mayo de 2013

6ta confecion

-Lo prometido es deuda: la última confesión que deviene del post anterior. En sí, esta sería la última frase dicha por Ignacio, pero para entender eso tienen que saber a qué se refería. Por eso, acá está la historia completa-

Ella era LA mina linda a la que solamente le faltaba que se le cuelguen del pelo para ser princesa. No sé si había sido un golpe del destino, pero después de mucho insistir, la dama accedió a salir conmigo bajo la excusa, la poco original y siempre querida excusa del "Vamos a tomar algo". Acá quiero hacer un paréntesis. Si bien yo fui el autor de la propuesta salidera, nunca entendí el concepto de "Tomar algo". ¿Qué es "Algo"? ¿Seven-Up, líquido para frenos, aguarrás, un taxi? Alguien que me lo explique si es tan amable. Prosigo. Así que fui al encuentro en un barcito del barrio de Belgrano, no sin antes debatir el vestuario, quejarme de un granito en la cara, olerme dos veces para verificar que Rexona no me hubiera abandonado y todas esas cosas típicamente femeninas pero por las cuales cualquier hombre pasa en algún momento de su existencia.
El primer punto en contra fue que me aburrí bastante y no me tomó más de treinta minutos saber que no teníamos nada en común. Tampoco era que ella le ponía mucha garra para aunque sea, pasar una noche divertida y amena. Si a este ámbito ceroonda le faltaba algo, era que a mitad de la noche se apareciera en el bar  mi hermana y una amiga con su clásica cara de orto cuando sospecha que alguien "Le quiere robar al hermanito". Lo peor, es que no era la primera vez que me pasaba esto. Culpa mía por frecuentar los mismos lugares. Daniela y su escolta, que bien entendieron mis miradas tardaron menos de dos minutos para desaparecer por la misma puerta que las vió entrar, mientras me hacían señas con el pulgar para abajo, y otro sin fin de gestos más que yo interpreté como: "seguro es una idiota,no le da la cabeza y no vallas a pagarle nada."
Pero ya estaba ahí y tenía que saber si había algun tipo de posibilidad. Así que estoico y guapo como soy, intenté dos veces acercar mi boca. Pero ella, más rápida de reflejos que el correcaminos, supo esquivar mis golpes labiecísticosal ritmo de la frase más boluda que escuché en mi vida: "No te confundas, somos amigos". A palabras embarazosas, oídos anticonceptivos.
Tiempo después comprendí que me hizo un favor al negarme lo que yo creía eran sus encantos. Aunque en el momento, reconozco que quedé con el orgullo golpeado y sintiéndome muy boludo. Como el cura retrasado ese, que cerró fuerte fuerte las puertas de la iglesia para que no se le escape volando el Ave María.
Al otro día nos juntamos a comer con la multitud en casa. De camino al supermercado a comprar bebidas y otras cosas para la cena -Mientras el resto se quedó cocinando- se produjo el siguiente diálogo con Ignacio donde le conte aun no recuerdo por que esta anécdota de cuando tenia 15 años, con Tin como testigo único del desorden mental que tiene este muchacho:
-Seguro que fuiste tan ganso que pagaste todo vos, me increpó.
-Si, pagué yo, le contesté
-¿Y cuánto te gastaste?
-(Le digo el monto abonado).
-No... ¡¡¡Que hija de puta!!! ¿Y ni un beso te dió? Yo mínimo por toda esa plata le afano los zapatos y me voy corriendo, afirmó con seguridad.
No tardé mucho en caer en la vereda, con los ojos colorados, llorosos y mis brazos rodeando mi panza. De lo más hondo de mi garganta se escuchó salir un "JAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA" a todo volumen. Pocas veces tan extenso, y nunca tan oportuno.