miércoles, 28 de diciembre de 2016

El amor y el Facebook

Hoy a la mañana me encontré con un  compañerito de la primaria, compañerito es un decir por que ya es tremendo boludo grandote, pasa que no lo veía desde el 2006 creo, y no me pregunten como pero me contacto a través de una red social. Nos citamos en un bar de capital, nos palmeamos con cariño falso, pedimos unas cervezas. Le digo: "Qué increíble, para lo que acaba sirviendo Facebook". Se ríe fuerte, como si le estuviera tomando el pelo: "Si Facebook sirviera solamente para encontrarme con vos, boludo —me dice—, yo no tendría Wi-fi en casa. A mí Facebook me cambió la vida, pero de verdad".
—¿Para tanto? —le pregunto.
—Mirá para afuera —me explica—. Imaginate que todas las minas que están pasando ahora por la calle tuvieran un cartel en el culo que dijera «estoy en una relación complicada», o «soy soltera», o «solamente busco amistad», o incluso «me interesan los hombres y también las mujeres»...
Hago lo que dice mi amigo: miro por la ventana del bar hacia la calle y veo la primavera de Puerto Madero en su esplendor: holandesas, suecas, porteñas, maduras y pendejas, diferentes colores y tamaños; hay de todo en la viña del Señor.
Mi amigo me aprieta el brazo y me dice:
—Imaginate que aquella que está por cruzar la Diagonal tuviese un cartel que dijera: «Hace doce días que estoy deprimida». Tener esa data de primera mano Maxi, hacer cálculos mentales y abordarlas a todas.
—Te estás excitando, calmate —le digo a mi amigo.
Pero él sigue con su verborrea:
—¿Cuánto hubiéramos simplificado el enfoque de la seducción, hace diez, hace quince años, de haber tenido esos guiños entre las conocidas del colegio, de la universidad, de las compañeras de trabajo, de las ex novias?
Me lo imagino; mi amigo tiene mucha razón.
—La mujer analógica, la del siglo pasado, esperaba que vos te dieras cuenta de ciertas cosas. ¿Te acordás las preguntas que uno se hacía antes? ¿Tendrá novio Laurita? ¿Qué música le gustará? ¿Será buen momento para encararla? —rememora mi amigo— Ahora la mujer digital te lo indica en el perfil del Facebook. Cualquier conocida de la oficina, cualquier amiga de una amiga, te avisa si se peleó con el novio, te explica si le gusta Neruda o si le gusta Walkind Dead, te pone fotos de las vacaciones en Villa Gesell para que la veas medio en bolas...
Cierra los ojos y sonríe. Continúa:
—¿Cuánto tardábamos en el colegio para ver en bikini a la chica que nos gustaba? ¡Había que esperar al Día de la Primavera, que alguna se emborrachaba en el Tigre, o a que te invitaran a una pileta en verano! No, Maxi, la vida mejoró mucho...
—Bueno, pero supongo que tampoco será tan fácil.
—Hay desventajas, claro —dice—. Te podés ensartar, como toda la vida. Te podés despertar con un bicho a la mañana siguiente... Pero en Facebook hay escaramuzas, hay trucos que te proporciona la experiencia.
—¿Por ejemplo?
—Alejate de las minas que ponen la fecha de nacimiento sin indicar el año: a ésas ya se les cayeron las tetas. Escapá de las que cuelgan muchas fotos de sus mascotas: son depresivas. Ni se te ocurra encarar a las que te parecen lindas pero tienen todas las fotos sacadas desde arriba: son gordas con complejo de papada. Si dicen estar "en una relación difícil" y tienen más de treinta fotos besando al mismo tipo, en diferentes épocas, borrate: después de coger, lloran.
—Impresionante —le digo con sinceridad.
—Hay que estar atento a las que, en la imagen del perfil, ponen una foto sacada por ellas mismas en el baño. A ésas, les decís cuatro piropos en el Muro y las tenés comiendo alpiste. Atento a las que ponen fotos viajando por el mundo con una amiga, siempre la misma amiga: son fiesteras. Pero ojo -dice mi amigo -: tiene que ser fotos por el mundo; si viajan por su propio país, son histéricas. A las que ponen una imagen de ellas cuando eran chiquitas, en color sepia, les gusta el sexo duro. Las que dejan vacío el ítem sobre intereses musicales, prefieren pagar el hotel a medias.
Mi antiguo amigo de la primaria me lleno de consejos, pero sólo me acuerdo de estos pocos para compartir hoy con ustedes. Habló durante más de una hora, sin parar. Y después dijo que se tenia que ir a ver una mina que había conocido en la estación Villa Adelina.
—Me tiemblan las manos —me confesó antes de salir del bar—. Esta mina que conocí en el tren me dice que no tiene Internet. No sé nada de ella, nunca vi fotos, no sé de qué carajo le voy a hablar.
—¿Y para qué vas, entonces boludo?
—Es que últimamente me calientan mucho las mujeres analógicas. Tienen olor a infancia.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Viajando a ningún lugar

Ya venia haciendo unos meses de no escribir nada así que hoy me obligue. Por que una cosa es no tener ideas y otra ya no tener ganas.
Aprovecho también para aclarar de que esto es un hobbie, osea.. a mi nadie me da nada por hacerlo como a los youbers o similes personas, la idea de todo esto es que yo pueda escribir y descargarme de muchas cosas, a algunas personas les agarra por los videos, otros por la droga, no se.. lo mio es esto y punto. No trendre miles de fans pero tampoco es algo que me interese. Ahora si de todas las cosas que escribí te pudo servir algo o hacerte reír quiere decir que el blog sirve. Aparte que ya pasaron unos añitos y ahora que casi no entra ni el loro pude encontrar este lugar un lugar intimo y especial, 
Ahora que me pongo a escribir mientras escucho algo de música recordé cuanto extrañaba hacer esto. Es como las ganas de no salir hasta que estas en la entrada del boliche y escuchas la musica o cuando extraña viajar que de hecho es otra cosa que extraño mucho, como se extraña no a la mujer, sino el perfume que usó la noche más feliz con ella. Me 
pongo a pensar qué cosas me gustan de los viajes, y no doy con la idea. 
Cuando viajo; extraño el ser humano en que me transformo cuando vago mochila al hombro, cuando viajo me siento como si después de mucho tiempo se me hubieran destapado las fosas nasales y pudiera volver respirar con todos los pulmones, e incluso con un tercero.
¿Será eso entonces, lo que me vuelve cada tantos meses: la necesidad de ser yo en viaje, de mis ojos como parabólicas sin sueño, de mis pies que no se cansan, de hablar con ganas con todo el mundo y escuchar con los cien pabellones del oído?
Debe ser eso, pero hay algo más, algo tan inefable que me genera angustia literaria, que me deja varado frente al monitor, sin adjetivos, como japonés con teclado occidental.
Estoy seguro, eso sí, que no puedo ponerlo en palabras porque no estoy viajando, porque mis ojos están acostumbrados a ver estructuras previsibles y porque mis manos abren todas las puertas sin mirar el picaporte.
¡Pero cuidado!, si yo estuviera en viaje, si fuera un yo viajando, seguramente prendería mi celu, abriría el block de notas y en menos de lo que tarda un gallo en cantar, ya habría encontrado las ideas que me hacen falta para decir lo que ahora, sedentario y sofocado, animalito de blog, no puedo explicar con palabras.

jueves, 11 de agosto de 2016

Dicese de copular

Los seres como Luis y las personas como Mónica, cuando van a copular por primera vez, fingen no saberlo y actúan tomar café, o mirar la televisión. Muchas veces no saben cómo hacer para dejar de tomar café, o para apagar la televisión, o para cambiar de tema y comenzar a quitarse la ropa.
Luis estaba apurado, y cuando Mónica cerró la puerta de su cuarto, la tomó de la extremidad superior derecha y la besó con una potencia rara, mientras que con la mano de la extremidad superior izquierda hizo presión sobre uno de los pechos de Mónica, como si intentara averiguar el tamaño.
Los seres como Luis poseen, en la intersección de sus extremidades inferiores, un órgano reproductor compuesto de dos bolsas y un tronquito. Mónica, en el mismo momento que Luis oprimía uno de sus pechos, hizo lo propio con el órgano reproductor del hombre, razón por la que ambos comenzaron a emitir sonidos desarticulados —ass, arg, afj— y a rodar por la alfombra del cuarto.
Luis, como todos los seres de su especie, se fijaba siempre en el envoltorio de piel de los seres idénticos a Mónica, en la materia organánica exterior llamada el cuerpo. A Luis le impresionaba mucho, en particular, la extensión limitada que cubría los órganos vitales de Mónica, se entiende que por una cuestión que hacía a sus sentidos visuales y táctiles.
Las composiciones externas de Mónica y de Luis no se diferenciaban en mucho. A simple vista, estaban organizadas por una estructura de la que se desprendía la cabeza —hacia el norte—, dos extremidades idénticas hacia el sur, y otras dos al este y al oeste. Con estas últimas se saludaban de lejos y batían palmas.
Lo que más le gustaba a Luis de Mónica era una abertura que ésta poseía en la parte inferior de la cabeza, una cavidad anterior al tubo digestivo, por donde la mujer introducía los alimentos para digerirlos. Por fuera, este boquete estaba enmarcado por dos coberturas carnosas, una superior y otra inferior, que Mónica se pintaba de rojo para dar realce al resto de su imagen externa. Dentro del orificio, Mónica guardaba el paladar, los dientes y la lengua: un músculo simpático situado dentro de la cavidad, que le servía tanto para degustar los alimentos como para deglutirlos; en otros momentos para emitir sonidos y en la infancia para burlarse de su hermana Patri.
Mónica también se fijaba mucho en Luis. A ella le gustaban los ojos de aquél, que eran dos y también se hallaban en la cabeza. Los ojos de Luis eran elementos viscosos que sobresalían de su cabeza y le permitían contemplar los objetos externos, y reconocerlos según su tamaño, color y distancia. Estos órganos, muy preciados por los seres como Luis y Mónica, no eran iguales. Según los de quién, cambiaban de forma, disposición y tonalidad. Los de Luis eran verdes y grandes. Los de Mónica no.
Los seres como Mónica tenían abultada la estructura por el frente del tórax, y esto entusiasmaba a los seres como Luis. Tales protuberancias, que en total eran dos, sobresalían por delante del cuerpo femenino, también fluctuando en forma y tamaño según la persona. A Luis le gustaban los bultos de Mónica porque, sin ser muy ostentosos, los sospechaba duritos. Estas protuberancias le servían a los seres como Mónica para amamantar y conseguir empleo.
Mónica y Luis eran compañeros de un empleo. El empleo era la forma en que las personas conseguían dinero a cambio de hacer algo para un jefe. Luis trabajaba como asesor de un jefe, y Mónica era la secretaria de un jefe. El jefe se llamaba Barrios y era quien, a cambio de algo llamado labor, recompensaba con dinero a un grupo.
Luis tenía tres años de antigüedad en ese empleo. Un año era el espacio de tiempo que estos seres tardaban en volver a comer pan dulce. Mónica había ocupado su puesto hacía ocho meses. Al principio no se fijaron mucho el uno en el otro. Después tuvieron que hacer un viaje a Córdoba para entregar un trabajo y se cayeron bien. Córdoba era un lugar. Un hombre y una mujer se caían bien cuando sospechaban que haber leído el mismo libro tenía algo de maravilloso.
Luis, como todos los seres como Luis que estaban a solas con una persona como Mónica joven, fingió ser gracioso, caballero y solidario en cada momento del viaje. Mónica, como todas las personas como Mónica que viajaban a Córdoba con el asesor joven de una empresa, se cuidó muy bien de no ser ella, de reirse de cualquier chiste y de sonar inteligente a la hora de confesar cuál había sido la última película que la había hecho llorar.
Ambos confundieron tan bien al otro, que al tercer día se besaron en la boca por primera vez en un taxi que viajaba por la avenida Pedro León Gallo. Un taxi era un vehículo motor que llevaba a las personas a cualquier sitio a cambio de dinero. Besarse en la boca por primera vez era cuando dos personas acordaban, sin decirlo abiertamente, acostarse por la noche y copular.
Esa tarde hicieron todo lo que tenían agendado con ansiedad y buen temple. Caminaron tomados de las extremidades superiores por la peatonal San Jerónimo, volvieron a besarse, esta vez no sólo juntando sus aberturas bucales y entrechocando sus lenguas, sino que también enlazando con las extremidades superiores la estructura del otro, y cuando cayó la noche él la invitó a cenar a Giovannino, un sitio donde un ser como Luis pero más viejo tocaba el violín, mesa por mesa, por dinero, mientras que otro, también por dinero, ponía sobre un mantel seres inferiores muertos y asados que los comensales deglutían con la cavidad bucal, al solo efecto de recuperar fuerzas.
Por la noche, como se dijo, copularon. Al día siguiente volvieron al empleo y se trataron con enorme distancia. Ésto, ignorarse luego de la cópula, los seres como Luis y como Mónica lo hacían muy seguido, y nadie entiendía muy bien por qué.

martes, 12 de julio de 2016

El fin del mundo

Cuando leo en las revistas usadas una y otra vez que le dan a la gente  que esta en los hospitales donde dicen que quizás un meteorito impacte contra la Tierra y nos destruya en el año 2213, casi nunca estoy de acuerdo con la primera persona del plural. ‘Nos’ destruya. ¿A quiénes? ¿A nosotros? Es improbable, porque todos ya vamos a estar muertos desde mucho antes: el tipo que escribió el articulo, yo mismo, que leo aburrido la noticia mientras estoy tirado en una cama, me imagino al siguiente la lee a esta revista y se cree todo y después sufre; incluso la enfermera que cada tanto cambia el suero. Todos vamos a estar muertos mucho antes de que pase la catástrofe.
El mundo nos pertenece, y pertenecemos a él, hasta la onda expansiva de ciertas fechas. Por fuera de ese límite, da lo mismo que el meteorito caiga en la Tierra o en Júpiter. ¿A quién le importa dónde se acaba la vida, si nadie estará ahí para morir por nosotros? Si no sentimos la mínima hermandad con los dinosaurios aniquilados en península de Yucatán hace sesenta millones de años, tampoco deberíamos sentir empatía por los pobres mamíferos que morirán aplastados en la próxima desgracia de piedra, aunque se llamen González y les guste el Nesquik.
A mí me provoca curiosidad la suerte del mundo en el que viviré hasta que me muera: me importan las guerras, los tornados, los mundiales de fútbol, las epidemias, los nuevos modelos de teléfonos y la eventual aparición de los extraterrestres. Pero todo esto me importa si pasa en un lapso de tiempo más o menos corto.
También me intriga si llego a tener hijos si ellos lograran verlo, aunque yo no esté. Pero más allá de esa fecha, que supongo que es la primavera del año 2100, el destino completo de la Humanidad me chupa bastante un huevo.
Hubo una vieja, búlgara y ciega, que vaticinó un montón de hechos increíbles , incluida su propia muerte en 1996. Sus vaticinios empezaron a ocurrir hace años, y gracias a eso mucho de lo que dijo ya se cumplió: la desaparición física de Stalin en 1953, la caída de las torres gemelas en 2001 y el actual conflicto islámico en Europa, por ejemplo; pero ella fue más lejos en el tiempo y también predijo una extraña epidemia de envejecimiento para 2088, el descubrimiento de los viajes temporales en 2280, la llegada de un nuevo profeta en 3871, la inmortalidad humana (como avance científico) en 4599, y el mismísimo fin del mundo, que según ella ocurrirá en una fatídica tarde del año 5079. Perdón por el espoiler.
El año 5079 está tan lejos que me da todo lo mismo. Sin embargo, más que sus predicciones, me interesa la historia de esta mujer.
Si el lector pone ahora mismo el nombre de la vieja búlgara en el buscador (se llama Vangelia Pandeva Dimitrova, alias ‘Baba Vanga’) verá antes que nada la foto de una mujer con los ojos sellados de ceguera y pocos dientes en la boca. Eso ya es bueno, porque nos da la sensación de que podría ser verdad todo lo que se dice que dijo.

Enseguida vemos que la vieja tiene una entrada en la Wikipedia, y eso nos alegra un montón, porque jerarquiza la posibilidad de la certeza, pero ya el segundo párrafo nos deja de interesar, porque la Wikipedia duda sobre todo el asunto. Así que mejor cerramos la pestaña científica y miramos otra foto, en donde la mujer tiene la cabeza cubierta con una manta oscura (esto nos parece prometedor) y señala con un dedo hacia adelante, como si estuviera a punto de venir el tren y solo ella escuchara el sonido de las ruedas. 

Nos da mucho miedo y mucha esperanza la foto de la vieja. Si hiciéramos turismo por Bulgaria y ella apareciera por la esquina, cruzaríamos de cordón. Y eso solo, esa mínima certeza, nos asegura que todo lo que salió de su boca sin dientes merece ser la pura verdad. 

Por lo que se sabe, esta señora pronosticaba sucesos y fatalidades con ritmo de ametralladora: de día, de tarde y de noche. Sus vecinos aseguran que lo único que hacía la mujer era comer, cagar y escupir augurios con la voz finita; tres de sus nietos (que habían sido expulsados de la escuela por mal comportamiento) se turnaban para anotarlo todo en once libretas de tapas verdes. 

Los pronósticos de la mujer tenían una cierta cronología y avanzaban en el tiempo como las zancadas de un gigante. “En el año 2183”, dijo la vieja una mañana de 1970, “una de nuestras colonias en Marte se convertirá en una nación nuclear y pedirá la independencia de la Tierra”. No es difícil imaginar a su nieto más chico, Iván, escribir esta predicción en la libreta mientras se le caen los mocos. 

Una tarde en que sus nietos no estaban (fue cuando le dieron a Stoikov el balón de oro de 1994), la vieja debió dictarle un vaticinio al señor del carro de las verduras. “En el año 4308, Gregor”, le dijo, “debido a una mutación genética, el hombre utilizará más del treinta y cuatro por ciento del cerebro, y se perderá por completo cualquier noción de malicia; mientras tanto, tú sigue cobrándome tres cuartos de calabaza como si fuesen un kilo”. Esta frase, humorística, sigue siendo muy usual en Macedonia. 

Hoy circulan por internet miles de sus presagios sobre próximas guerras, avances tecnológicos, aparición de extraterrestres, resultados de copas del mundo y enfermedades intempestivas. Por supuesto, ya es imposible saber cuáles vaticinios son realmente de la vieja y cuáles son textos falsos de frikis chistosos. Pero no importa. Ya hace quince años que es más divertido lo que dice internet que lo que ocurre realmente. En una sobremesa, cuando te cuentan algo, nadie quiere saber si es verdad: solamente queremos que sea divertido. 

El fin del mundo, o el meteorito que acabará con todo, o el sol apagándose, ocurrirán en un tiempo tan lejano que da lo mismo. Yo cruzo los dedos para llegar vivo al Mundial de Fútbol de 2030, que quizás se juegue en Argentina y en Uruguay. Quisiera estar allí, con sesenta años, y no morirme sino hasta después de la final. Ojalá la vieja búlgara se despierte de su muerte y me vaticine ese futuro. Después de eso, sí, que el mundo se venga abajo.



Las premoniciones de Baba Vanga


2018: China se convierte en la nueva potencia mundial.
2023: La órbita de la Tierra cambiará ligeramente.
2025: Europa estará con problemas de poblamiento.
2028: Desarrollo de una nueva fuente de energía. El hambre lentamente pasa a ser un problema para la humanidad.
2033: El hielo polar se está derritiendo. Fuerte subida del nivel del mar
2043: Economía del mundo mejora notablemente. Mientras que en Europa, los musulmanes dominan.
2046: Cualquier órgano podrá ser producido en masa. Intercambio de órganos se convierte en el método preferido de tratamiento.
2066: Roma será atacada por EE.UU. con un arma climática.
2076: El mundo será dominado por la ideología comunista.
2084: Restauración del medio ambiente.
2088: Emerge una nueva enfermedad. El envejecimiento rápido.
2097: La temible enfermedad ligada al envejecimiento rápido se cura.
2100: Un sol artificial ilumina el lado oscuro de la tierra.
2111: Las personas se vuelven robots.
2123: Gran guerra entre las naciones pequeñas. No obstante, países potencias son los involucrados.
2125: En Hungría, se reciben las señales espaciales.
2130: Colonias bajo el mar.
2164: Aparecen animales mitad humanos.
2167: Aparece una nueva religión.
2170: Gran sequía.
2183: Colonia en Marte se convierte en una nación nuclear y pide la independencia de la Tierra.
2187: Dos grandes erupciones volcánicas se previenen con éxito.
2195: Evolucionaron las colonias marítimas, alimentos y energía en abundancia.
2196: Se produce la mezcla completa de asiáticos y europeos.
2201: El Sol se desaceleró. Las temperaturas bajan en el planeta.
2221: En la búsqueda de vida extraterrestre, los seres humanos se encuentran con algo muy horrible.
2256: Embarcación da vuelta a la Tierra con una terrible enfermedad.
2262: Las órbitas de los planetas comienza a cambiar paulatinamente. Marte está en peligro de ser golpeado por los cometas.
2271: Las leyes de la física cambian.
2273: Mezcla de Asia y gente de color. Aparecerá una nueva “raza”.
2288: Viaje a través del tiempo se inventó. Nuevos contactos con extraterrestres.
2291: Cambio en el Sol, volviendo a brillar completamente.
2296: Fuerte llamarada solar, forzada por el cambio de la gravedad. Estaciones espaciales y satélites viejos comienzan a caer.
2299: En Francia, un movimiento de guerrilla surge en contra del Islam.
2302: Leyes y secretos importantes del universo son revelados.
2304: Secretos de la Luna se revelan.
2341: Algo terrible se está acercando a la Tierra desde el espacio.
2354: Accidente en un sol artificial creado por el hombre conduce a la sequía.
2371: Se produce la gran hambruna para la humanidad.
2378: Nueva raza aparece rápidamente.
2480: Tierra en la oscuridad.
3005: Guerra en Marte. Cambio en la trayectoria de los planetas.
3010: Cometa golpea la Luna alrededor de la Tierra. Dicho objeto proviene de un anillo de piedras y polvo.
3797: En ese momento, todo lo que vive en la Tierra muere. Pero los seres humanos son capaces de empezar una nueva vida en un nuevo sistema solar.
3803: El nuevo planeta está escasamente poblado. Hay poco contacto entre las personas. Diferente clima global cambia el cuerpo de las personas y mutan.
3805: Guerra entre los humanos por los recursos. Más de la mitad de las personas mueren.
3815: Termina la guerra
3854: Las personas viven como bestias.
3871: Nuevo profeta enseña a la gente los valores morales y religiosos.
3874: Nuevo profeta recibe ayuda de toda la población. Una nueva iglesia se organiza.
3878: Iglesia enseña nuevas ciencias.
4302: Nuevas ciudades están creciendo en el mundo. La nueva iglesia se desarrolla en base a tecnología y ciencia.
4302: Gran desarrollo de la ciencia. Científicos descubren todo sobre el impacto de las enfermedades en el cuerpo.
4304: Se ha encontrado un camino para vencer cualquier enfermedad.
4308: Debido a la mutación en las personas, el hombre utiliza más del 34% de sus cerebros. Se pierde por completo cualquier noción de malicia u odio.
4509: El hombre finalmente alcanza el nivel de desarrollo que le permite alcanzar las formas de contacto con Dios.
4599: La humanidad alcanza la inmortalidad.
4674: Desarrollo de la civilización alcanza su cima. El número de personas que viven en diferentes planetas aumenta.
5076: Se llega al límite del universo. A partir de ahí, nadie lo sabe.
5078: Se rebasa el límite del universo. Más del 40% de la población está en contra.
5079: Fin del mundo.

jueves, 30 de junio de 2016

La copa America y los Estados Unidos

Me fascinan bastante los norteamericanos que no entienden ni quieren entender el fútbol. Para ellos es un juego menor que se llama soccer y que juegan sus hijas en la escuela. Para ellos el fútbol es como la milanesa de soja: la miran, la huelen, pero no la pueden masticar porque les parece un aburrimiento. Ellos adoran cuando, en sus deportes espectaculares, el tanteador llega a cien, o cuando aparecen chicas universitarias con pompones de lana en los entretiempos, o cuando los relatores salen por los altoparlantes del propio estadio. En cambio al fútbol nuestro lo ven triste, les parece un juego lánguido propio de latinos con espaldas mojadas y de europeos con complejo de inferioridad.
No entienden por qué nuestros mediocampistas no llevan hombreras; no les gusta que los córners no valgan tres puntos; no pueden entender la gracia de un deporte que, después de ciento veinte minutos, puede acabar cero a cero.
Hace un par de semanas, en la chacra de pilar donde pasábamos las el ultimo finde largo con una amiga, tuvimos de vecinos a una pareja de Texas. Él se llamaba Mike y ella Honey, que quiere decir cariño o miel, una de las dos. (En realidad nunca supimos el verdadero nombre de la chica.) Una noche Mike y Honey miraban un partido de la NBA desde el palier, disfrutando del cielo austral. Julieta y yo los espiábamos un poco desde nuestra cabaña, a pocos metros, mientras hacíamos un asado de tira.
Mike había armado (sin querer) la imagen habitual que los norteamericanos tienen de sí mismos: se mostraba como un hombrón extrovertido, de cogote colorado, que bebía cervezas en packs de a seis, con el televisor cerca de la cara a un volumen altísimo. Su mujer había prendido una barbacoa pequeña, circular, que parecía un ovni. Los dos miraban básquet. Cuando el partido terminó, el equipo del Oeste le había ganado 196 a 173 al equipo del Este. Los jugadores, en su mayoría negros, habían hecho piruetas increíbles para alcanzar ese score. Nuestro vecino Mike había saltado veinte veces de la silla, casi en éxtasis, y nuestra vecina Honey había pegado unos cuantos respingos. Entre el inicio y el final del partido, Mike y Honey habían calibrado el fuego de la barbacoa, habían echado al grill unas hamburguesas, habían cenado con mucho picante y habían bebido dos tazas de café negro.
Cuando terminó el partido de básquet los dos se acercaron a nuestra cabaña, y nos encontraron asando tres kilos de vaca muerta en la parrilla. Hacía dos horas que habíamos puesto la carne sobre unas brasas mínimas, y todavía faltaba una hora más para que estuviera crocante. Mientras tanto, mirábamos en Youtube las mejores jugadas del Barça contra el Celta. Julieta y yo estábamos maravillados por el cuarto gol, en donde Messi malogra un penal a propósito para cederle el gol a Luis Suárez.
Yo miraba la secuencia una y otra vez, desde los distintos ángulos de las seis cámaras, y no podía creer el virtuosismo de la idea.
—Qué genio es el hijo de puta —decía yo, balanceando la cabeza desde Chile a Puerto Madryn—. Iba a ser su gol número trescientos en liga, y mirá lo que hace el hijo de puta.
Entonces enfoqué el gesto de Mike a mis espaldas, para comprobar su asombro, o quizás para decirle con los ojos que en nuestro deporte también ocurren ciertas maravillas, y él sin embargo veía la escena del penal con desconcierto. En realidad no entendía lo que había pasado entre Messi y Suárez. Sus ojos norteamericanos solo veían a un jugador patear despacio hacia adelante, y a otro llegar sin marcas, sin impedimentos, y pegarle fuerte sin oposición de nadie. No había grandes acrobacias en la jugada, ni riesgos comprobables para el físico de los delanteros, ni malabarismo alguno en aquella acción. Mike contemplaba mi asombro como los yanquis suelen mirar El Chavo del Ocho: con un poco de lástima y otro poco de vergüenza ajena.
—My no comprendo soccer —me dijo después, poniendo los labios en posición de banana invertida—. ¿Por qué genio el gol del hijo de puta?
Y yo no supe con qué palabras contestar esa pregunta.
Porque si lo miramos con ojos de yanqui (o de extraterrestre, o de ameba) el gol de Luis Suárez después del penal de Messi no tiene mucha gracia. No es un gol estético ni resulta espectacular. Esa jugada solo maravilla al que ha visto miles de partidos de fútbol y conoce la extravagancia de la sutileza. Ese gol asombra al que ya sabe ciertas cosas: ese gol es una lección para el pedante Cristiano, que no festeja los goles de sus compañeros; ese gol es un guiño entre dos personas que toman mate. Hay que tener cierta información genética para disfrutar esa jugada. En cambio hay ciertas acciones del básquet, o del tenis, o incluso del béisbol, que sorprenden a cualquier idiota, incluso al que no está habituado a las reglas de esos deportes.
¿Pero cómo le podía explicar todo esto a un norteamericano, si ni siquiera hablábamos la misma lengua y mi nivel de inglés es pésimo? Lo que tiene de alucinante el segundo gol de Maradona a los ingleses, lo que lo hacerealmente universal, es que hasta un texano puede entender que ahí pasó algo único.
Los invitamos a sentarse a la mesa mientras cortábamos verduras para la ensalada. A ellos les resultó extraño que cenáramos tan tarde, o más bien, que tardásemos tanto en cocinar.
Después de un silencio que no resultó incómodo (porque en las afueras de Tortuguitas los silencios son necesarios) Honey le preguntó a Julieta, en una media lengua graciosa, por qué no cortábamos la carne más fina, como en lonchas, y por qué no la poníamos directamente al fuego en lugar de asarla en las brasas, de tal modo que su cocción tardase diez minutos en lugar de tres horas.
Julieta y yo nos miramos y supimos que la respuesta era idéntica en los dos casos. La pregunta de Mike (“¿Por qué genio el gol del hijo de puta?”) y la pregunta de Honey (“¿Por qué no cortas pequeño roastbeef y lo pones en fuego?”) eran en realidad la misma pregunta.
Casi todas las preguntas del mundo son la misma.
—¿Les decimos por qué?—me preguntó Julieta.
Yo levanté la cabeza para ver las estrellas infinitas del cielo austral y me acordé de un chiste viejo.
—No, dejá —le contesté—. Que se jodan.

domingo, 19 de junio de 2016

Don Americo y el día del padre

Son las 00:21hs y al ser hoy el día del padre en Argentina quería dedicarle unas palabras a mi viejo pero no pude aguantarlas y se las escribí en un papel el cual vi que guardo en la cajita de madera.. La cajita de madera es una caja en donde mi viejo guarda las cosas de mayor importancia así que algo que esta guardado ahí tiene tanto valor que no puede ser reproducido. Pero si bien no voy a hablar de mi papa voy a hablar del abuelo de Mariana... Mariana es una chica que conocí hoy, una vecina de mi misma edad que por casualidad nuestros padres se conocen y como el padre de ella se puso a hablar con el mio, mientras se regocijaban en su día me pidió una mano para prender el fuego del asado, a lo cual acepte. Lo primero que pensé de Mariana al conocerla fue su equilibrio, o mejor dicho el equilibrio que Dios le dio a esa chica por que era igual en inteligente que en fea. Así que mientras yo trataba de poner los palitos de la leña en forma de triangulo para luego después meter un diario y encenderlo, ella me convido una copa de vino tinto y me empezó a contar del abuelo y que no pudo venir a festejar el día del padre por que se había vuelto en estas fechas a su querida Italia. Yo al abuelo lo tenia de vista nomas, y mientras ella me pintaba que el viejo era mil amores me quede con mi imagen que era de un viejo muy viejo y cascarrabias. Ella me contó todo, que era italiano de ley y que era fanático hasta los huesos de Boca Juniors. Se llama don Américo Bertotti y fue uno de los muchos inmigrantes italianos que llegaron a la Argentina por culpa de la segunda Guerra.
Me contó la vida de Americo en el viejo continente, porque (como a muchas mujeres) el buen vino la tornaba melancólica y repetitiva. Me contó que Americo se había ido para ver a su padre que estaba a punto de morir, osea, el tatarabuelo de Mariana el cual lo acompaño a embarcarse a la argentina hace muchos años y le había dicho: “Nunca traiciones tu origen milanés, Américo, y jamás te va a ir mal en la vida”. Él tenía catorce años cuando cruzó el Atlántico con esas palabras en el alma. Y no se las olvidó más.
Cuando dos meses después pisó tierra firme, en Buenos Aires lo primero que lo sorprendió de aquella ciudad enorme del sur de América fue el silencio. Un silencio demoledor. Era la primera vez en años que no escuchaba el estruendo de las bombas alemanas, ni los gritos de las mujeres, ni el ruido espantoso que hace la panza cuando la clausura el hambre.
El jovencito llegó solo, desde Milán, obnubilado y con el pelo hasta los hombros. Al pisar tierra se encontró con el primer gran problema en suelo extranjero: para trabajar (le dijeron) había que cortarse el pelo. Y después llegó el segundo problema: para ir a la peluquería había que tener monedas en los bolsillos. Y al caer la tarde descubrió el tercer problema: para tener monedas había que trabajar. Era el círculo vicioso de los obstáculos.
Descubrió que Argentina era un pueblo de pelicortos; las modas europeas no habían llegado al sur del mundo. Los inmigrantes europeos se reconocían por las calles por el calzado pobrísimo y por las mechas sucias y largas. Muchos tenían el mismo conflicto que él, y entonces en el puerto escuchó un rumor: había una barbería en el barrio de La Boca que le cortaba gratis el cabello a los inmigrantes, con una condición. Pero nadie le explicaba cuál era esa condición. Y para allá se fue el pequeño Américo.
El barbero, que era un criollo de espaldas enormes, lo recibió con una sonrisa y le dijo que lo rapaba gratis si prometía que desde esa tarde, y para siempre, sería incondicional de un club de fútbol que se llamaba Boca Juniors. El joven Américo, sorprendido por tan buen negocio, juró con solemnidad que siempre sería hincha de Boca. Lo juró como solamente puede jurar un chico hambriento: de verdad, y para toda la vida.
Esa tarde Américo salió de la peluquería sin un pelo en la cabeza y con dos colores nuevos en el corazón: el azul y el amarillo. Después pasaron los años, llegó el peronismo, luego se prohibió el peronismo y aparecieron nuevos gobiernos. Algunos muy malos, otros bastante peores. Américo se casó con una buena mujer, tuvo hijos y siempre vivió en  Tortuguitas. Exactamente a dos casas de la mía.
Prosperó mucho desde que llegó de Milán con una mano atrás y otra adelante, y siempre pensó que su buena suerte en la vida había tenido que ver con esos dos juramentos nunca rotos: el de su padre, de no traicionar jamás su origen milanés; y el del viejo barbero del puerto: ser hincha fanático de Boca Juniors para toda la vida.
Pero Dios a veces es irónico o quizás solamente le gusta demasiado el fútbol y sus variantes. Porque a don Américo lo esperaba, en la vejez, una broma divina que iba a ocurrir exactamente el domingo 14 de diciembre del año 2003, a las siete y cuarto de la mañana.
No se si todos se acordaran, seguramente los hinchas de Boca si, pero ese día mientras para algunos fue solamente un partido de fútbol entre Boca Juniors y el Milan, que jugaban la Copa Intercontinental en Japón. Un partido importantísimo (el mejor equipo de América contra el mejor equipo de Europa) pero en el fondo únicamente un pasatiempo. Para don Américo, sin embargo, era algo más. Para el pobre viejo no fue un deporte sino una tortura. Hinchara para quien hinchara, estaría rompiendo uno de sus dos juramentos. 
Fue esto lo que mas me llamo la atención de lo que escribo y me impulso a hacerlo.. Por que todo el mundo le escribe a los grandes héroes de la historia y estoy seguro que Mariana y su conocimiento me podrían haber hablado de cualquier prócer pero sin embargo dedico su tiempo para hablarme de su abuelo, alguien quien para mi era un viejo mas como todos los viejos, pero que hoy justamente el día del padre fue en contra del mundo mismo para hacerle honores al suyo y esto fue lo que paso:
Ya hacía el calor insoportable de diciembre, a pesar del madrugón. Don Américo estuvo acodado en la barra del bar el día del partido, frente a la tele, desde antes de que la televisión conectaran con Tokio. El viejo lloraba de antemano porque todavía no había decidido qué traicionar: si al pueblo donde había nacido, o al pueblo que lo había adoptado.
El primer gol fue del Milan. Américo se levantó de la silla y gritó: “¡Vamo caraco, forza Milano merda puta!”. Después se sentó y siguió llorando a moco tendido. Seis minutos después fue el gol de Boca. Don Américo se levantó y gritó: “!Vamo caraco, aguante boquita merda puta!”. Y se hundió en la barra para otra vez llorar amargamente.
Terminó el partido empatado uno a uno, como si el destino hubiese querido profundizar la herida de muerte desde el mismísimo punto de los penales. Durante lo que duró el receso antes de la definición, don Américo no dijo una sola palabra. Caminaba alrededor de la mesa y bebía despacio su vino barato.
Gritó triunfal los penales convertidos y gritó triunfal los penales errados; gritó los goles de Boca y el gol del Milan, gritó a favor y en contra de sus dos corazones hasta que llegó el último tiro, que le dio el triunfo al equipo del barbero, aquel criollo de ley que rapó gratis a un ‘sin papeles’ sesenta años antes, en un país que todavía era próspero.
Y entonces don Américo dejó de festejar, y también dejó de llorar. Se quedó quieto. Tenía los ojos vidriosos, secos de lágrimas. Miraba el aparato empotrado en la pared, y después miraba a su alrededor, y después otra vez el aparato, como si estuviera viendo por la tele a su padre aquel día de la despedida con sus catorce años y su promesa echa añicos. 
 Fue ahí cuando entendí en el relato de Mariana que Americo no iba a ver a su padre por ultima vez y despedirse sino a festejar su día junto a el.

sábado, 18 de junio de 2016

El mate

El mate no es una bebida, y se lo digo a aquellos que se la pasan tomando café como si los hiciera mas intelectuales o aquellos que toman mate cocido queriéndola caretear que toman una especie de te cuando en realidad el mate cocido es exactamente eso.. mate, pero servido en esencia a un recipiente que le podemos llamar tasa. Bueno, sí. Admito que es un liquido y entra por la boca. Pero no es una bebida. En donde yo me crié nadie toma mate porque tenga sed. Es más bien una costumbre, como rascarse. El mate es exactamente lo contrario que la televisión. Te hace conversar si estás con alguien, y te hace pensar cuando estás solo. Esto pasa en todas las casas. En la de los ricos y en la de los pobres. Entre mujeres charlatanas y chismosas, entre hombres serios o inmaduros. Entre los viejos de un geriátrico y entre los adolescentes mientras estudian o se drogan. Es lo único que comparten los padres y los hijos sin discutir ni echarse en cara. Peronistas y gorilas ceban mate sin preguntar. En verano y en invierno. Este es el único país del mundo en donde la decisión de dejar de ser un chico y empezar a ser un hombre ocurre un día en particular. Nada de pantalones largos o circuncisión, nada de cumplir los dieciocho años ni debutar con una prostituta.. Acá empezamos a ser grandes el día que tenemos la necesidad de tomar por primera vez unos mates, solos. Sin nadie. No es casualidad; no es porque sí. El día que un chico pone la pava al fuego y toma su primer mate sin que haya nadie en casa, en ese minuto, es porque descubrió que tiene alma.

jueves, 16 de junio de 2016

Cuento de los Mecalanidos

Hace muchísimo tiempo, en un planeta que no era éste pero se le parecía un poco en el contorno de la circunferencia, hubo una raza superior a todas las que habitaron el Universo en cualquier época y en cualquier rincón. Eran bellos, inteligentes, generosos, compasivos, valientes y suaves al tacto. En su desarrollo como civilización, lograron construir una sociedad perfecta: en su mundo no existía el hambre, ni el trabajo aburrido, ni los abogados, ni la enfermedad, ni la democracia. Se llamaban los Mecalanidos.
Tal era la sabiduría natural de estos seres, que cualquiera de las grandes mentes conocidas de nuestra civilización (pongamos un Einstein, un Da Vinci, un Sócrates) en el mundo Mecalanido hubiera tenido que ganarse la vida como empleado doméstico o chofer de colectivos.
Pero comencemos por ubicarlos en el tiempo.
El planeta Mecalanido no fue contemporáneo a nuestro planeta Tierra, sino muy anterior. Cuando ellos vivieron su maravillosa época dorada, nosotros no éramos siquiera un boceto mal dibujado en la servilleta del cosmos.
En este planeta remoto la vida transcurría en paz. Pero ésta era una paz verdadera, no una breve tregua entre dos países, que es lo que nosotros podemos entender como la paz. Los Mecalanidos nunca tuvieron guerras, ni conflictos armados, ni tampoco conocieron revoluciones. Esta ausencia de confrontaciones les resultó muy ventajosa para la práctica del ocio (que dominaban como nadie), pero también les acarreaba algunas desventajas de orden práctico, por que al carecer de momentos históricos, de héroes, de generales y batallas, nunca lograron ponerle nombre a sus calles y el servicio de correo postal fue siempre muy ineficaz.
De hecho, es sabido que los Mecalanidos escribieron millones de cartas a lo largo de su historia, pero sólo ocho de ellos pudieron leer alguna.
Y es que, al contrario que otras civilizaciones menos humildes, los Mecalanidos no se desvivían por las telecomunicaciones, ni por el perfeccionamiento técnico. Si había que inventar algo se inventaba, pero sólo si era necesario o urgente. Cuando se topaban con una enfermedad, descubrían la cura; cuando encontraban un precipicio, inventaban el puente. Pero no alardeaban. No avanzaban por avanzar. Hay un ejemplo muy claro de esta actitud: como nunca hallaron problemático esperar media hora y volverse a llamar, jamás desarrollaron la telefonía móvil, a la que consideraban una tecnología histérica.
En realidad, los Mecalanidos no fomentaban el progreso porque no padecían ansiedad por llegar pronto a ninguna parte, dado que se hallaban muy a gusto donde estaban. Y quizás por ese motivo consideraban que el progreso, antes que mejorar la calidad de vida, sólo tendía a demacrales el cuerpo. "El mando a distancia no te hace más moderno", rezaba un refrán Mecalanido, "lo que te hace es el culo más gordo".
El único problema de los Mecalanidos era el amor. Cuando dos Mecalanidos se enamoraban de verdad y sin remedio, morían instantáneamente. A veces primero uno, a veces los dos al mismo tiempo. Esto, al principio, provocó que los Mecalanidos tendiesen a la promiscuidad, pero como eran seres de un corazón enorme, una gran inteligencia y una belleza alarmante, no podían dejar de enamorarse tarde o temprano. Y de morir inevitablemente en lo mejor de su edad.
Quizás para equilibrar su paso fugaz, una de las características más obsesivas de los Mecalanidos fue lograr la máxima sencillez en el lenguaje. Para ello hacían uso de un sistema encadenado de caracteres, en donde el mínimo cambio de estructura confería distintos significados. Era tal la capacidad de síntesis del lenguaje Mecalanidos que un dibujante era capaz de realizar un identikit perfecto escuchando del testigo únicamente la palabra "estuqi".
La composición molecular de su lenguaje propiciaba que cualquier cadena de caracteres significase algo. Un Mecalanidos ciego aporreando un teclado generaba palabras reales. También un bebé Mecalanidos gateando por arriba de un cuaderno. Todos, al pasar por encima de un teclado o garabatear signos en un papel, emitían una idea y hasta a veces un soneto con rima consonante.
Algunos narradores Mecalanidos de vanguardia solían escribir largas novelas tirando seis o siete bolsas con fichas del escrabel desde distancias considerables. De este modo cualquiera podía escribir, con independencia de su capacidad de comprender lo escrito. (En el mundo humano, lo más parecido a esta práctica se denomina blog).
Otra capacidad extraordinaria de esta raza es que sólo eran capaces de adquirir conocimientos en la oscuridad. De día o con luz artificial, únicamente estaban capacitados para disfrutar, reventarse granos, cantar, reproducirse y cocinar. Pero si lo que deseaban era aprender un arte, un oficio o una ciencia no recurrían al esfuerzo sino a la falta de luz.
Para aprender el oficio de repostero, por ejemplo, un Mecalanidos sólo necesitaba entrar en una panadería y permanecer a oscuras un par de horas. Para conocer los secretos de la mecánica automotriz, debía meter la cabeza dentro de un capó y esperar un rato. Para conseguir una licenciatura en psiquiatría, únicamente había que entrar de noche en un manicomio.
Además, la educación era involuntaria. Tras el Gran Apagón del año 878, que duró seis días y provocó terror y suicidios, más de dos millones de Mecalanidos se convirtieron, sin darse cuenta, en campeones mundiales de ajedrez.
Los adolescentes Mecalanidos aprendían todo lo referido a la educación básica y media en sólo cuatro noches, encerrados en una biblioteca sin luz eléctrica. Sólo un número insignificante de adolescentes (en general albinos) reprobaban alguna materia y tenían que volver durante el fin de semana. "Me llevé matemáticas a sábado", le decían a sus padres.
La sabiduría era —de este modo— un bien tan fácil de adquirir que todos poseían conocimientos amplios, minuciosos y extravagantes sobre cualquier cosa. En el mundo Mecalanido no existían los conceptos de escuela, universidad, taller literario, libro de autoayuda, o televisión estatal matutina. Al no ser la educación un valor agregado, tampoco existía la noción de fiaqueza intelectual. En el mundo Mecalanido la erudición no constituía un privilegio sino un síntoma de haber comprado una casa mal iluminada.
Tal era el poder del conocimiento en la oscuridad, que a lo largo de sus vidas los Mecalanidos eran capaces de practicar más de sesenta profesiones diferentes y mantener en activo dos docenas de hobbies. El saber, por tanto, no tenía edad. De hecho, todos los Mecalanidos nacían ginecólogos.
Mucho más complejo y peligroso les resultaba, en cambio, el arduo camino de la conservación de la especie. Al tenerlo todo, era previsible que la naturaleza debiera equilibrar tantos dones sembrando —en la aparente felicidad Mecalanida algo que los desfavoreciera.
El exterminio provocado por el amor mutuo que nunca pudieron solucionar porque no era de hecho un problema sino una conformación genética, los estaba matando lentamente.
En su totalidad, los Mecalanidos eran alrededor de 180 millones, y su tasa de natalidad bajaba un 6% cada año, dado que el sexo por recreación era peligrosísimo, ya que la diferencia entre clímax y amor los confundía bastante. Las familias, casi siempre, estaban constituidas por una pareja que no se amaba en absoluto, pero que se escudaba en la monogamia por temor a una aventura extramatrimonial que pudiese dejar huérfanos a los niños.
Comenzó entonces, poco a poco, a gestarse el fin de la raza más valiente y hermosa de todas las que habitaron nuestro Universo. Una decadencia tan cruel, injusta y romántica, que generó una de las leyendas más perdurables que se conocen en el universo: la orgía del fin del mundo.
Con el paso de los años, entendieron que el miedo a la felicidad podía costarles algo más que la extinción: les costaría la permanencia inútil en una vida sin deseos ni profundidad. Y entonces, con la sabiduría que los caracterizó también en las buenas rachas, decidieron organizar una fiesta desenfrenada donde se comía, bebía y se mantenían relaciones sexuales de duración indeterminada, con el objeto de que cada Mecalanido pudiese morir de amor y no de miedo, hasta que no quedase nadie.
Esta fiesta, que fue la más grande de todas las que se han llevado a cabo en el Universo, duró catorce años y comenzó con siete millones de invitados. El vino, la gaseosa y la cerveza se convirtieron en alimentos gratuitos de primera necesidad, y se colocó iluminación accesoria en todos los espacios, para que nadie aprendiese nunca nada nuevo en lo oscuro, durante la orgía monumental.
Los Mecalanidos salieron entonces a las calles a buscar a su media naranja y morir en sus brazos. Después de siglos de monogamia, matrimonio vacío y sedentarismo ocioso, ahora todos conversaron y rieron con todos. Todos se besaron en la boca para saber qué pasaba. Algunos, los más enamoradizos, morían pronto, pero los primeros entierros eran excusas llenas de música para que otros solitarios conociesen gente nueva.
Fueron años de joda, gritos en las esquinas, sexo casual, mordiscos leves y música improvisada. Como no había vecinos con ganas de dormir (ya que todos estaban en la fiesta), ni existía la policía, tampoco había motivos para que la fiesta llegase a su fin ni para que nadie cobrase coimas y multas. Al séptimo año se habían celebrado más de seis millones de muertes por amor, y la música no cesaba. Ni tampoco el amor.
Al comienzo del último año de la fiesta (y de la especie) solamente quedaban 724 Mecalanidos en la superficie del planeta. Desde el aire, parecían una pequeña manifestación enloquecida gritando y bebiendo y cantando. No había dolor ni remordimiento. Cada vez que uno de ellos moría, los que estaban cerca lo cubrían de flores y el grupo seguía el viaje hacia la eternidad elegida.
Por las noches dormían a la intemperie, bajo unas enormes mantas cuadriculadas por donde se metían mano sin saber quién era quién, y se besaban en la oscuridad diciéndose sus nombres para reconocerse. Ni siquiera en los inviernos más gélidos de esos catorce años sintieron frío. Ni siquiera cuando en vez de setecientos fueron noventa. Y tampoco cuando sólo quedaron ocho.
Y después fueron seis; y más tarde tres.
Los últimos dos Mecalanidos amanecieron con algo de resaca, el último día de la especie. Cubrieron de flores al antepenúltimo de sus muertos y se fueron a limpiar un poco el desastre de la noche (botellas rotas, manteles a la miseria, ropa interior por el suelo) antes de fumarse un cigarro juntos y contarse sus vidas. Sabían, por haber llegado juntos al final de la fiesta, que eran los anfitriones y que aquélla era ahora su casa.
Los dos estaban un poco sensibles y borrachos, después de tanta fiesta. Eran jóvenes y hermosos. La mañana parecía de primavera y tenían claro que no tardarían mucho más en enamorarse.

martes, 14 de junio de 2016

64. La Tarantula

En el año 2001 tenia nueve años y era adicto a las figuritas Reino Animal. Si llenabas el álbum te ganabas una pelota de cuero. Yo queria una pelota con gajos negros y blancos, que estaba colgada en la vidriera del kiosco de Don Modesto. Por eso compraba figuritas. Compulsivamente. Cada billete que llegaba a mis manos, cada moneda, iba y compraba paquetes de cinco figuritas. Los abria con nervios, porque me faltaba solamente una, la 64. Me falta la tarántula. Nombre científico, eurypelma californica.
Tenia todo el álbum lleno menos esa. La tarántula. A la noche no podía dormir porque me carcomia el deseo arácnido. Pero cuando al final me dormía soñaba con la tarántula. Soñaba que abría un paquete y que ahí estaba. Toda peluda.
En la vida de todos los días empece a cambiar mis costumbres. De golpe y porrazo queria ir a hacer los mandados siempre yo, para quedarme con el vuelto. Olfateaba la presencia de la plata, la necesitaba para comprar figuritas. Mi mamá le decia a mi papá, por ejemplo:
—Maximo, andá acá enfrente y compráme un caldito knor.
—¡Voy yo! —gritaba— ¡Dejá que voy yo, que papá está ocupado!
Todos estaban felices con mi nueva personalidad. Empezaba a ser el hijo que habían soñado tener. Cuando no había nada que comprar en casa, me iba a lo de mi abuela Chola y le tocaba el timbre con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Querés que te haga los mandados, abuela Chola?
Si me pedia un kilo de pan, le compraba tres cuartos. Si me pedia leche, le compraba la Vascongada que era más barata. Me quedaba con las monedas; me compraba figuritas. Y así fueron muchos días. Pero la tarántula no aparecia.
Al tiempo, además, me iba poniendo flaco. Era normal, porque hacia más de un mes que no probaba un Sugus, ni un Jack, ni una Mielcita, ni una Gallinita, ni un chicle jirafa. Nada. Todo lo que tenia me lo gastaba en figuritas. Compraba de a cuatro, de a seis paquetes. El kiosquero Don Modesto se estaba construyendo la pieza de arriba gracias a mí.
A la tarde me encerraba y daba vuelta las páginas del álbum. Estaban todas pegoteadas de plasticola, todos los agujeros llenos, menos uno. Iba pasando las hojas que estaban completas completas y sonreía triunfal. La mayoría de las figuritas tenían una historia: la cebra me la había ganado haciendo pulseadas en el recreo, el ornitorrinco me lo había regalado mi primo el de San Isidro, la anguila eléctrica se la había afanado a Sebastián cuando se durmió. Miraba el álbum con orgullo, hasta que llegaba a la hoja que me avergonzaba. La hoja 22, donde había un hueco que decía: "Nº 64. La tarántula (eurypelma californica)".
Un fin de semana por medio íbamos a San Isidro a visitar a mis abuelos que tenían guita. Me gustaba ir, me gustaba muchísimo ir porque me daban plata. Pero no la plata común que existía en mi casa en esa época. Me daban billetes que no habia, como por ejemplo un rojo. En la comunión mis viejos, me habían dado un rojo, En ese entonces a los chicos se les daba monedas, y si te sacabas un sobresaliente con signo en la escuela te daban un marrón.
Con un marrón te comprabas cuatro paquetes. Pero con un rojo te comprabas veinte paquetes. Es decir, cien figuritas. Mi sueño era tener un violeta y gastármelo de golpe en cuarenta paquetes. Eso es doscientas figuritas. Pensaba que si me compraba doscientas figuritas, así de golpe, me tenia que aparecer la tarántula, por lo menos cuatro veces, y tener una y con las otras tres venderlas y recuperar el resto de la plata.
Cuando volviamos de San Isidro venia en el auto apretando un rojo que me había dado mi abuelo con guita. Paramos en la casa de unos amigos que viven en la ruta. El hijo, Sebastián, me decía que el mayor de los Zanotti, que vivian al lado, se había sacado la tarántula dos veces. Me lo decia con los ojos grandes, porque era lo más importante que le había pasado en la vida hasta entonces. No al de Zanotti, a Sebastián.
—¿De verdad se la sacó dos veces? - le decía yo.
—Sï. Y con una llenó el álbum y ya tiene la pelota de cuero.-
—¿Y con la otra qué hizo?-
—A la otra la vende.- Me decía.
—¿Qué pide?-
—Pide dos rojos. Pero si sos una chica, pide que le mostrés la concha.
Yo no tenia ni concha ni mucho menos dos rojos, así que me volví a casa odiando a Zanotti. Pero pensando que era posible, que la tarántula existe. Que no era un invento para que compres figuritas, como decía mi papá. Ese dato, que alguien de Torcuato se había sacado la tarántula, me volvió mucho más cumpulsivo.
Al otro día respire hondo y me gaste el rojo entero en figuritas. Don Modesto, el kiosquero, me quería a mí más que a la esposa. Incluso me dejaba ver al trasluz los paquetes antes de comprarlos. Pero no se veía nada. No se veía un carajo al trasluz. Por el camino iba abriendo los paquetes que me había comprado e iba diciendo en voz baja la te, la te, la te, la te, la te, la te.... Me deje tres paquetes sin abrir, para después de comer. De esa manera seguía teniendo algo por lo que vivir.
Cene sin pensar esa noche, sin disfrutar, sin levantar los ojos del plato. Me preguntaron que me pasa. No contestaba. Antes del postre me fui a la pieza y abrí los paquetes que me faltaban. La jirafa puta aparecía siempre. Estaba harto de ver la jirafa. También salio la boa. Y la figurita que más odiaba de todas las repetidas era el ciempiés, porque cuando la ibas sacando de a poquito, cuando ibas orejeando para darle suspenso, te daba la sensación óptica de que era la tarántula. Entonces el corazón te empezaba a latir fuerte, pero enseguida salia entera y es era ciempiés. La tenia repetida cuarenta veces al ciempiés. Pero de la tarántula, otra vez, no había noticias.
A la mañana del otro día mi mamá me preguntaba qué pensaba hacer con la plata que me había dado mi abuelo en San Isidro. Me decía -qué te parece si te compramos unas zapatillas en el shopping -. Le dije que me parecía muy bien, pero que la plata se me había acabado.
Mi mamá se puso a llorar. Siempre llora cuando menos te la esperás. También te pegaba cuando menos te la esperabas. Cuando te pegaba era porque te habías mandado una cagada normal. Pero cuando directamente lloraba, es porque te habías mandado una cagada gigante. Me dijo que era un boludo, y me busco el álbum del Reino Animal para romperlo. Me decia que la tengo recontra podrida.
—¿Cómo te vas a gastar cincuenta mil pesos en figuritas, anormal? —me decia llorando— ¿Vos sabés cuánto gana tu padre?
Cuando mi mamá lloraba estaba más o menos tranquila porque se preocupaba de llorar y de que no se le fuera la pintura. Pero cuando paraba de llorar empezaba a acordarse de por qué la habias echo llorar, y ahí lo mejor es que te escondás porque no te fajaba despacio. Te fajaba a lo loco. A lo loco es cuando te faja repitiendo la misma frase mientras te va pegando:
—¿Vos sabés (zácate) cuánto gana (zácate) tu padre (zácate)? — y va repitiendo el ritmo: sujeto - chancletazo, predicado - sopapo, objeto directo - chancletazo. Y no te quedaba otra que hacerte un bollo y esperar que se le acabe la bronca, que era más o menos en el estribillo catorce.
Al final me fui a llorar a la pieza. Llore un poco porque me dolió, pero más que nada porque era medio humillante que me pegue una mujer. Yo tenia un par de amigos que les pega el padre, y me parecia más sensato. Ellos me decian que no, que yo tenia suerte, y me mostraban las marcas.
En casa mi papá no me pegaba nunca. Lo que hacia es venir a la pieza después de que me pegaba mi mamá. Venia y trataba de explicarme de por qué me fajaron. Lo hacia medio en voz baja, porque le daba miedo de que mi mamá también lo fajara a él:
—Un poco tiene de razón —me dice—. No podés gastarte tanta plata en boludeces.
—No son boludeces, son figuritas —hablar llorando es dificilísimo, porque tenés que estar boca abajo y la almohada mojada te hace como un eco y parece la voz de Carozo, el de Narizota.
—Te podés comprar un paquete, dos paquetes —dice mi papá, que es contador no recibido—, lo demás lo tenés que ahorrar. En la libreta de ahorro no tenés nada.
—Me falta una sola —digo llorando—, la tarántula...
—Con más razón. Cuanto menos figuritas te faltan, las posibilidades de que te salga la que querés es menor.
—¡Por eso compro muchos paquetes! —le digo a la mitad de un puchero— ¿Te pensás que soy tarado?
—¿No te das cuenta de que con la plata que te gastaste en figuritas te podrías haber comprado dos pelotas de cuero por semana?
Me di vuelta. Tenia los ojos en compota. Me lo quede mirando como si fuera tonto. Él. Como si él fuera tonto. Y ahí me di cuenta de que mi papá era contador y todo lo que quieras, pero no tenia la menor idea de lo que significaba juntar figuritas.
A las dos semanas de la paliza, medio mundo tenia la tarántula en todo Torcuato. Yo también. De golpe la tarántula estaba en todos los paquetes. Yo me la saqué en uno que compré de casualidad en lo de Don Modesto. Llené el álbum a los pedos y lo canjeé por la pelota. A la tarde nos pusimos a jugar con Sebastián a la cabeceada, se nos escapó la pelota a la ruta y la reventó un escania. La pelota hizo un ruido buenísimo cuando explotó.
Al otro día salió el álbum del Reino Vegetal. Ahí la difícil era el helecho. Nombre científico, nephrolepis exaltata