miércoles, 8 de mayo de 2013

Menos mal que me meti en el rugby!


Aquella frase de mi madre me retumba aún hoy en los oídos. Tras mi triste paso por un torneo de fútbol para jóvenes de 8 a 12 años, y con la medalla de la derrota en mi cuello, me dijo:
-Pero hijito, lo importante es participar, ¿acaso no la pasaste de diez? -preguntó con ese tono que solo una madre puede preguntar.
Miré mi medalla de segundo puesto y ví a los del “Meta Pata Team” festejar el oro, aquel oro que la noche anterior había soñado y me bosquejó mi respuesta que yo terminé de dibujar poniéndole mi firma:
-¡NO! -le grité haciendo puchero.
¿Quién juega por el segundo puesto?. ¿Quién juega para perder?. ¿Alguien se acuerda del que salió segundo en el mundial de Letonia 2000 de selecciones juveniles?. No, nadie. En cambio si alguien pregunta “¿quién fue campeón en Letonia 2000?” todos se pelearán en dar la respuesta.
Ese día entré desquiciado, revoleando patadas a cual contrario pase por mi lado, estaba hecho una furia. Hasta el día de hoy recuerdo a Juliancito llorar en el suelo, tomándose la pantorrilla, gritando desaforado:
-¡Me quebró, me quebró!.
Yo, como buen jugador de fútbol levantaba mis manos al aire y moviendo mi cabeza hacia los lados demostrando inocencia, justificando que aquí no pasaba nada.
-¡Es un llorón, juez!, ¡sacale amarilla por marica!.
Estaba loco, fuera de mi, quería ese oro.
En los corners tomaba mi marca, siempre alguien distinto, y lo distraía con frases como: “El papá del 7 de ustedes se está chamuyando a tu vieja” o más fuerte aún: “qué buena está tu hermana, la de 8 años”. Era un “as” generando distracciones.
Ese día me tiré de atrás a los pies del contrincante, escupí al pasar cerca del que sacaba el lateral, los insultaba ante un tiro libre.
Aquel día el “fairplay” me miraba avergonzado desde afuera.
Pero a mi no me improtaba nada, quería aquella medalla dorada que quizás me merecía. Mi madre miraba horrorizada mi forma de “jugar”, pero ya estaba jugado por lo que seguía dando cátedra de karate.
Hasta que llegó lo menos pensando, patada voladora a la mejilla del 9 de ellos en el borde del área nuestra. El inocente del árbitro cobró penal y me sacó la roja. Quizás estuve mal, quizás no. Quizás no debí decirle al árbitro lo que le dije de toda su familia, quizás si. Sólo sé que ese penal fue el fin de mis sueños de oro y premio al juego limpio.
Aún recuerdo las miradas de mis compañeros de equipo, sin entender qué había cambiado en mi, pero ellos no lo entienden, era una medalla de oro, porque lo importante no es sólo participar sino también ser recordado en dicha participación.
Al salir, tuve que firmar unas cuantas causas penales que me abrieron por mi actuación en ese partido, nada importante.
En la entrega de premios, tomé mi medalla de plata y me fuí, sin ver como coronaban al campeón, porque es lo que “los segundos” hacen.
Hoy veo las fotos de aquel día y excalmo en voz baja: -¡En qué estaba pensando!.
Siento vergüenza y lástima. Lástima por mi, por mis compañeros, por mis rivales.
Dejo de lado las fotos y me siento en la pc para escribirles a ellos, los participantes del bochornoso torneo, una disculpa merecida.