miércoles, 8 de mayo de 2013

Me mandarias un remis por favor? Gracias!

1. Miércoles por la mañana. Nublado gris oscuro. Llueve. Son los típicos días en los que tenemos diez mil excusas para quedarnos en cama y una sola para levantarnos. Lamentablemente ésta última tiene el peso de veinte mil excusas, y sí, hay que hacerlo.
Al dirigirme al baño veo el reflejo en un espejo rajado en su esquina, como todo espejo de baño, un rostro parecido a la muchacha de la película “The Ring”. Al pasarme el peine por el pelo, emula el mismo sonido que ella hace en la película.
Es curioso, pero cuando llamo un remis para irme, tarda eones en llegar. Pero eso sí, cuando lo llamo y entro al baño para hacer “de lo segundo” aunque sea un rapidín, en el mejor momento (ese que te hace sonreir pese al olor nauseabundo), suena la bocina (con ese sonido de alarma que todo remis tiene) y arruina la escena.
Desalineado, mal descansado y, obviamente, malhumorado por el momento que me hizo pasar el remisero, me aparezco yo en la puerta de mi casa con la camisa salida del pantalón y un pelo rebelde que no deja que lo peine.
El remis es de esos viejos Peugeots 504. Esos, que al acelerarlos, suenan como la licuadora de la mamá. Atrás tiene la calco de “No corro, vuelo bajito” y el cartelito en la puerta de “Cierre despacio” en ese rojo chillón.
La puerta no abre, obviamente, por lo que el remisero debe estirar su cuerpo y jugar con la puerta un momento hasta que ésta decide abrirse.
Tras ardua pelea, el remisero me mira sonriente y transpirado y me invita a subir con un amable: “Tiene un pequeño jueguito la puerta, je”.
Los rasgos del remisero convergen con cualquier otro de su género (si bien hay diferencias entre remiseros y colectiveros, tienen sus enormes similitudes).
Gordo, un poco pelado , bastante desarreglado, con una camisa floreada y un corte de pelo de los años 80: la famosa “cubana”, aquella que cuando el Diego la usaba en el Sevilla ya estaba pasada de moda pero en aquel entonces . Hoy en día, es un ridículo más.
2. Le dí los buenos días casi pegados a la dirección a donde iba. Sus intentos de conversarme se hacían obvios. No hablaba, pero su actitud era la de un león junto a una oveja: puede que estén cómodamente juntos, pero todos sabemos que en algún momento se la comerá.
Yo disimuladamente leía unos apuntes, pero no podía sacarme de la cabeza que este tipo quería hablarme y hacía muy evidente mi disimulo de estar ocupado. Podía sentir cómo me observaba de reojo a través de el retrovisor, de esos espejos alargados de puerta a puerta con una virgen colgando en un extremo y un pino con la bandera yanqui en el medio, perfumando ese incómodo ambiente.
Mis evasiones al contaco visual ya eran imposibles. Miraba por la ventana, me entretenía con el león de juguete ubicado en la luneta (moviendo su cabeza de lado a lado), tocaba la perilla rota de la puerta, bajaba y subía el vidrio sintiendo las gotas entrar y mojarme la cara, pero no me importaba, no tenía humor para hablar.
Y pasó. Un descuido mío quizás, una desconcentración del momento, tal vez el estar dormido, no lo sé. La cosa es que lo ví y él me miró. Chocaron nuestras vistas (si se puede decir de una forma burda pero entendible) y vi una muesca por sonrisa en su rostro.
Tras eso, lo inevitable:
-Qué tiempo de mierda ¿no? -arrancó.
-¿Cómo? -intenté hacerme el boludo.
-El tiempo éste, soleado y a los dos minutos, tormentón.
-Sí. -sinteticé lo más que pude.
-Como para andar en remera, ¿no? -dijo irónicamente.
-Sí, “está fresco”.
-Porque “es de hoy” -humorizó moviendo sus dedos, indicándome el doble sentido.
Logré ganar una cuadra en silencio hasta que, usando otro latiguillo de remisero, intentó sacarme conversación:
-Mirá las tetas de esa mina, ¡por Dios!. Si se cae de frente se golpea la nuca -dijo entre risas, “casi casi” a carcajadas- no sé si me captás -finalizó. (que horror contar esto!)
-¿Cómo? -intenté por segunda vez ya, queriéndome parecer tonto.
-Una vez llevé una tetona acá -empezó su historieta- toda linda la morocha, unos globos como para recorrer el mundo en 80 días -siguió con su batería de chistes viejos- y resulta que la mina laburaba en el cabaret éste, cómo se llama, seguro que fuiste…
-Soy gay -dije tajante, esperando obtener un silencio incómodo.
-Ah, claro -hizo una pequeña pausa sin quitarme los ojos a través del retrovisor. -¿Y no tienen cabaret ustedes? -siguió indagando.
-Te averiguo -le dije mientras volvía a mirar el león quien movía su cabeza descontrolado.
El tiempo pasaba, pero no las cuadras. Al mirar por la ventana puedo observar que aún faltaba medio viaje, y una vez que la conversación comienza, ésta ya no para.
-¿Qué loco estar con otro tipo en la cama, no?. Onda que después del sexo te podés poner a hablar del partido River-Boca. “JA JA JA” -rió por demás, para un chiste tan viejo.
-¿Cómo? -intenté por tercera vez, dicen que es la vencida, pero esta vez más incómodo.
-El estar con otro hombre, ¿re loco no?.
-No sé, soy soltero. Escuchame -apuré el paso- me dejás acá y me voy caminando que esto va lento.
-Pero ahora larga el verde y tengo la onda hasta donde vas, posta posta te lo digo.
No sé por qué a veces no sé decir: “No” y plantarme ahí, siempre me sale el “bueno, está bien” de adentro.
Arrancó el Peugeot y con él, su conversación:
-¿Qué tul lo de Ricky Martin?, ustedes deben estar orgullosos.
Mi mentira no se sostuvo más. El decir que era gay no sirvió para callarlo sino que ahora, me avergonzaba más, atentaba contra mi “machez”.
3.En un momento me dormi y al despertarme, me encontré nuevamente en el Peugeot. Pensé que quizás había sido todo un sueño.
Pero no, ahí estaba él, “Don Conversador”.
Miré por la ventana y me encontré a cuadras de casa.
-¿Dónde estamos? -pregunté.
-En la estacion de Tortuguitas, te dormiste y te traje hasta tu casa.
Él detuvo el taxi y me dijo la tarifa:
-$75,50 -acusó.
-¿No es mucho?.
-¿Cómo? -preguntó intentándo hacerse el idiota.
-¿No será mucho? -repetí.
-¿Cómo?.
-¿No es demasiado caro?.
-Es lo que se cobra. -dijo carraspeando su garganta.
-¡Qué forro! -quise decir en voz baja, pero no medí mi tono.
-Lo soy -enfatizó, mientras tomaba mi dinero y se iba sin dejarme pedirle disculpas.
Definitivamente es una guerra perdida el no hablarle a un remisero, más si se trata de uno con corte cubana, Peugeot 504, de puerta fallada y león con cabeza bailantera en la luneta trasera.
Mañana, me tomo el bondi a ver qué pasa, seguramente, me encontrarán aquí, escribiendo otras líneas…
Aioz.-