martes, 14 de junio de 2016

64. La Tarantula

En el año 2001 tenia nueve años y era adicto a las figuritas Reino Animal. Si llenabas el álbum te ganabas una pelota de cuero. Yo queria una pelota con gajos negros y blancos, que estaba colgada en la vidriera del kiosco de Don Modesto. Por eso compraba figuritas. Compulsivamente. Cada billete que llegaba a mis manos, cada moneda, iba y compraba paquetes de cinco figuritas. Los abria con nervios, porque me faltaba solamente una, la 64. Me falta la tarántula. Nombre científico, eurypelma californica.
Tenia todo el álbum lleno menos esa. La tarántula. A la noche no podía dormir porque me carcomia el deseo arácnido. Pero cuando al final me dormía soñaba con la tarántula. Soñaba que abría un paquete y que ahí estaba. Toda peluda.
En la vida de todos los días empece a cambiar mis costumbres. De golpe y porrazo queria ir a hacer los mandados siempre yo, para quedarme con el vuelto. Olfateaba la presencia de la plata, la necesitaba para comprar figuritas. Mi mamá le decia a mi papá, por ejemplo:
—Maximo, andá acá enfrente y compráme un caldito knor.
—¡Voy yo! —gritaba— ¡Dejá que voy yo, que papá está ocupado!
Todos estaban felices con mi nueva personalidad. Empezaba a ser el hijo que habían soñado tener. Cuando no había nada que comprar en casa, me iba a lo de mi abuela Chola y le tocaba el timbre con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Querés que te haga los mandados, abuela Chola?
Si me pedia un kilo de pan, le compraba tres cuartos. Si me pedia leche, le compraba la Vascongada que era más barata. Me quedaba con las monedas; me compraba figuritas. Y así fueron muchos días. Pero la tarántula no aparecia.
Al tiempo, además, me iba poniendo flaco. Era normal, porque hacia más de un mes que no probaba un Sugus, ni un Jack, ni una Mielcita, ni una Gallinita, ni un chicle jirafa. Nada. Todo lo que tenia me lo gastaba en figuritas. Compraba de a cuatro, de a seis paquetes. El kiosquero Don Modesto se estaba construyendo la pieza de arriba gracias a mí.
A la tarde me encerraba y daba vuelta las páginas del álbum. Estaban todas pegoteadas de plasticola, todos los agujeros llenos, menos uno. Iba pasando las hojas que estaban completas completas y sonreía triunfal. La mayoría de las figuritas tenían una historia: la cebra me la había ganado haciendo pulseadas en el recreo, el ornitorrinco me lo había regalado mi primo el de San Isidro, la anguila eléctrica se la había afanado a Sebastián cuando se durmió. Miraba el álbum con orgullo, hasta que llegaba a la hoja que me avergonzaba. La hoja 22, donde había un hueco que decía: "Nº 64. La tarántula (eurypelma californica)".
Un fin de semana por medio íbamos a San Isidro a visitar a mis abuelos que tenían guita. Me gustaba ir, me gustaba muchísimo ir porque me daban plata. Pero no la plata común que existía en mi casa en esa época. Me daban billetes que no habia, como por ejemplo un rojo. En la comunión mis viejos, me habían dado un rojo, En ese entonces a los chicos se les daba monedas, y si te sacabas un sobresaliente con signo en la escuela te daban un marrón.
Con un marrón te comprabas cuatro paquetes. Pero con un rojo te comprabas veinte paquetes. Es decir, cien figuritas. Mi sueño era tener un violeta y gastármelo de golpe en cuarenta paquetes. Eso es doscientas figuritas. Pensaba que si me compraba doscientas figuritas, así de golpe, me tenia que aparecer la tarántula, por lo menos cuatro veces, y tener una y con las otras tres venderlas y recuperar el resto de la plata.
Cuando volviamos de San Isidro venia en el auto apretando un rojo que me había dado mi abuelo con guita. Paramos en la casa de unos amigos que viven en la ruta. El hijo, Sebastián, me decía que el mayor de los Zanotti, que vivian al lado, se había sacado la tarántula dos veces. Me lo decia con los ojos grandes, porque era lo más importante que le había pasado en la vida hasta entonces. No al de Zanotti, a Sebastián.
—¿De verdad se la sacó dos veces? - le decía yo.
—Sï. Y con una llenó el álbum y ya tiene la pelota de cuero.-
—¿Y con la otra qué hizo?-
—A la otra la vende.- Me decía.
—¿Qué pide?-
—Pide dos rojos. Pero si sos una chica, pide que le mostrés la concha.
Yo no tenia ni concha ni mucho menos dos rojos, así que me volví a casa odiando a Zanotti. Pero pensando que era posible, que la tarántula existe. Que no era un invento para que compres figuritas, como decía mi papá. Ese dato, que alguien de Torcuato se había sacado la tarántula, me volvió mucho más cumpulsivo.
Al otro día respire hondo y me gaste el rojo entero en figuritas. Don Modesto, el kiosquero, me quería a mí más que a la esposa. Incluso me dejaba ver al trasluz los paquetes antes de comprarlos. Pero no se veía nada. No se veía un carajo al trasluz. Por el camino iba abriendo los paquetes que me había comprado e iba diciendo en voz baja la te, la te, la te, la te, la te, la te.... Me deje tres paquetes sin abrir, para después de comer. De esa manera seguía teniendo algo por lo que vivir.
Cene sin pensar esa noche, sin disfrutar, sin levantar los ojos del plato. Me preguntaron que me pasa. No contestaba. Antes del postre me fui a la pieza y abrí los paquetes que me faltaban. La jirafa puta aparecía siempre. Estaba harto de ver la jirafa. También salio la boa. Y la figurita que más odiaba de todas las repetidas era el ciempiés, porque cuando la ibas sacando de a poquito, cuando ibas orejeando para darle suspenso, te daba la sensación óptica de que era la tarántula. Entonces el corazón te empezaba a latir fuerte, pero enseguida salia entera y es era ciempiés. La tenia repetida cuarenta veces al ciempiés. Pero de la tarántula, otra vez, no había noticias.
A la mañana del otro día mi mamá me preguntaba qué pensaba hacer con la plata que me había dado mi abuelo en San Isidro. Me decía -qué te parece si te compramos unas zapatillas en el shopping -. Le dije que me parecía muy bien, pero que la plata se me había acabado.
Mi mamá se puso a llorar. Siempre llora cuando menos te la esperás. También te pegaba cuando menos te la esperabas. Cuando te pegaba era porque te habías mandado una cagada normal. Pero cuando directamente lloraba, es porque te habías mandado una cagada gigante. Me dijo que era un boludo, y me busco el álbum del Reino Animal para romperlo. Me decia que la tengo recontra podrida.
—¿Cómo te vas a gastar cincuenta mil pesos en figuritas, anormal? —me decia llorando— ¿Vos sabés cuánto gana tu padre?
Cuando mi mamá lloraba estaba más o menos tranquila porque se preocupaba de llorar y de que no se le fuera la pintura. Pero cuando paraba de llorar empezaba a acordarse de por qué la habias echo llorar, y ahí lo mejor es que te escondás porque no te fajaba despacio. Te fajaba a lo loco. A lo loco es cuando te faja repitiendo la misma frase mientras te va pegando:
—¿Vos sabés (zácate) cuánto gana (zácate) tu padre (zácate)? — y va repitiendo el ritmo: sujeto - chancletazo, predicado - sopapo, objeto directo - chancletazo. Y no te quedaba otra que hacerte un bollo y esperar que se le acabe la bronca, que era más o menos en el estribillo catorce.
Al final me fui a llorar a la pieza. Llore un poco porque me dolió, pero más que nada porque era medio humillante que me pegue una mujer. Yo tenia un par de amigos que les pega el padre, y me parecia más sensato. Ellos me decian que no, que yo tenia suerte, y me mostraban las marcas.
En casa mi papá no me pegaba nunca. Lo que hacia es venir a la pieza después de que me pegaba mi mamá. Venia y trataba de explicarme de por qué me fajaron. Lo hacia medio en voz baja, porque le daba miedo de que mi mamá también lo fajara a él:
—Un poco tiene de razón —me dice—. No podés gastarte tanta plata en boludeces.
—No son boludeces, son figuritas —hablar llorando es dificilísimo, porque tenés que estar boca abajo y la almohada mojada te hace como un eco y parece la voz de Carozo, el de Narizota.
—Te podés comprar un paquete, dos paquetes —dice mi papá, que es contador no recibido—, lo demás lo tenés que ahorrar. En la libreta de ahorro no tenés nada.
—Me falta una sola —digo llorando—, la tarántula...
—Con más razón. Cuanto menos figuritas te faltan, las posibilidades de que te salga la que querés es menor.
—¡Por eso compro muchos paquetes! —le digo a la mitad de un puchero— ¿Te pensás que soy tarado?
—¿No te das cuenta de que con la plata que te gastaste en figuritas te podrías haber comprado dos pelotas de cuero por semana?
Me di vuelta. Tenia los ojos en compota. Me lo quede mirando como si fuera tonto. Él. Como si él fuera tonto. Y ahí me di cuenta de que mi papá era contador y todo lo que quieras, pero no tenia la menor idea de lo que significaba juntar figuritas.
A las dos semanas de la paliza, medio mundo tenia la tarántula en todo Torcuato. Yo también. De golpe la tarántula estaba en todos los paquetes. Yo me la saqué en uno que compré de casualidad en lo de Don Modesto. Llené el álbum a los pedos y lo canjeé por la pelota. A la tarde nos pusimos a jugar con Sebastián a la cabeceada, se nos escapó la pelota a la ruta y la reventó un escania. La pelota hizo un ruido buenísimo cuando explotó.
Al otro día salió el álbum del Reino Vegetal. Ahí la difícil era el helecho. Nombre científico, nephrolepis exaltata