jueves, 11 de agosto de 2016

Dicese de copular

Los seres como Luis y las personas como Mónica, cuando van a copular por primera vez, fingen no saberlo y actúan tomar café, o mirar la televisión. Muchas veces no saben cómo hacer para dejar de tomar café, o para apagar la televisión, o para cambiar de tema y comenzar a quitarse la ropa.
Luis estaba apurado, y cuando Mónica cerró la puerta de su cuarto, la tomó de la extremidad superior derecha y la besó con una potencia rara, mientras que con la mano de la extremidad superior izquierda hizo presión sobre uno de los pechos de Mónica, como si intentara averiguar el tamaño.
Los seres como Luis poseen, en la intersección de sus extremidades inferiores, un órgano reproductor compuesto de dos bolsas y un tronquito. Mónica, en el mismo momento que Luis oprimía uno de sus pechos, hizo lo propio con el órgano reproductor del hombre, razón por la que ambos comenzaron a emitir sonidos desarticulados —ass, arg, afj— y a rodar por la alfombra del cuarto.
Luis, como todos los seres de su especie, se fijaba siempre en el envoltorio de piel de los seres idénticos a Mónica, en la materia organánica exterior llamada el cuerpo. A Luis le impresionaba mucho, en particular, la extensión limitada que cubría los órganos vitales de Mónica, se entiende que por una cuestión que hacía a sus sentidos visuales y táctiles.
Las composiciones externas de Mónica y de Luis no se diferenciaban en mucho. A simple vista, estaban organizadas por una estructura de la que se desprendía la cabeza —hacia el norte—, dos extremidades idénticas hacia el sur, y otras dos al este y al oeste. Con estas últimas se saludaban de lejos y batían palmas.
Lo que más le gustaba a Luis de Mónica era una abertura que ésta poseía en la parte inferior de la cabeza, una cavidad anterior al tubo digestivo, por donde la mujer introducía los alimentos para digerirlos. Por fuera, este boquete estaba enmarcado por dos coberturas carnosas, una superior y otra inferior, que Mónica se pintaba de rojo para dar realce al resto de su imagen externa. Dentro del orificio, Mónica guardaba el paladar, los dientes y la lengua: un músculo simpático situado dentro de la cavidad, que le servía tanto para degustar los alimentos como para deglutirlos; en otros momentos para emitir sonidos y en la infancia para burlarse de su hermana Patri.
Mónica también se fijaba mucho en Luis. A ella le gustaban los ojos de aquél, que eran dos y también se hallaban en la cabeza. Los ojos de Luis eran elementos viscosos que sobresalían de su cabeza y le permitían contemplar los objetos externos, y reconocerlos según su tamaño, color y distancia. Estos órganos, muy preciados por los seres como Luis y Mónica, no eran iguales. Según los de quién, cambiaban de forma, disposición y tonalidad. Los de Luis eran verdes y grandes. Los de Mónica no.
Los seres como Mónica tenían abultada la estructura por el frente del tórax, y esto entusiasmaba a los seres como Luis. Tales protuberancias, que en total eran dos, sobresalían por delante del cuerpo femenino, también fluctuando en forma y tamaño según la persona. A Luis le gustaban los bultos de Mónica porque, sin ser muy ostentosos, los sospechaba duritos. Estas protuberancias le servían a los seres como Mónica para amamantar y conseguir empleo.
Mónica y Luis eran compañeros de un empleo. El empleo era la forma en que las personas conseguían dinero a cambio de hacer algo para un jefe. Luis trabajaba como asesor de un jefe, y Mónica era la secretaria de un jefe. El jefe se llamaba Barrios y era quien, a cambio de algo llamado labor, recompensaba con dinero a un grupo.
Luis tenía tres años de antigüedad en ese empleo. Un año era el espacio de tiempo que estos seres tardaban en volver a comer pan dulce. Mónica había ocupado su puesto hacía ocho meses. Al principio no se fijaron mucho el uno en el otro. Después tuvieron que hacer un viaje a Córdoba para entregar un trabajo y se cayeron bien. Córdoba era un lugar. Un hombre y una mujer se caían bien cuando sospechaban que haber leído el mismo libro tenía algo de maravilloso.
Luis, como todos los seres como Luis que estaban a solas con una persona como Mónica joven, fingió ser gracioso, caballero y solidario en cada momento del viaje. Mónica, como todas las personas como Mónica que viajaban a Córdoba con el asesor joven de una empresa, se cuidó muy bien de no ser ella, de reirse de cualquier chiste y de sonar inteligente a la hora de confesar cuál había sido la última película que la había hecho llorar.
Ambos confundieron tan bien al otro, que al tercer día se besaron en la boca por primera vez en un taxi que viajaba por la avenida Pedro León Gallo. Un taxi era un vehículo motor que llevaba a las personas a cualquier sitio a cambio de dinero. Besarse en la boca por primera vez era cuando dos personas acordaban, sin decirlo abiertamente, acostarse por la noche y copular.
Esa tarde hicieron todo lo que tenían agendado con ansiedad y buen temple. Caminaron tomados de las extremidades superiores por la peatonal San Jerónimo, volvieron a besarse, esta vez no sólo juntando sus aberturas bucales y entrechocando sus lenguas, sino que también enlazando con las extremidades superiores la estructura del otro, y cuando cayó la noche él la invitó a cenar a Giovannino, un sitio donde un ser como Luis pero más viejo tocaba el violín, mesa por mesa, por dinero, mientras que otro, también por dinero, ponía sobre un mantel seres inferiores muertos y asados que los comensales deglutían con la cavidad bucal, al solo efecto de recuperar fuerzas.
Por la noche, como se dijo, copularon. Al día siguiente volvieron al empleo y se trataron con enorme distancia. Ésto, ignorarse luego de la cópula, los seres como Luis y como Mónica lo hacían muy seguido, y nadie entiendía muy bien por qué.